La palabra viene del latín carnem levare, que
significa 'quitar la carne'. Y es que estas celebraciones se producen
justamente durante los tres días anteriores a la abstinencia de
cuaresma. Como era de esperarse, previendo la escasez, los excesos no se
hacían esperar entre la población. Los desenfrenos caracterizan la
celebración de los carnavales alrededor del mundo y nuestro país no
podía ser la excepción. Por siglos el juego de carnaval, con agua para
los mesurados y con lo que se tenga a mano para los no tanto, ha venido
arrastrando calificativos como salvaje, repugnante, impúdico,
vergonzoso, propio del demonio, ruda reliquia del paganismo, culpable de
terremotos...
Tanto
ha sido el rechazo de la gente de buenas costumbres al carnaval, que en
1868 un Congreso extraordinario expidió un decreto prohibiendo
completamente este juego. No fue el único ni el último. A pesar de tan
loables intenciones, el Carnaval ha sido una de las fiestas más
arraigadas del calendario. En el Azuay el pueblo lo disfrutaba y
despedía con dulce de higos (higos cocidos con panela y servidos con
queso) y mote pata (mote pelado con carne, tocino, longaniza), mientras
que en Tungurahua y Chimborazo lo despedían con jucho (cocido de
capulíes, duraznos, peras y panela); en Píllaro lo combinaban con
corridas de toros. En pueblos de Bolívar, como Guaranda y san José de
Chimbo, se veía al carnaval como una fiesta culta con bailes y versos
cantados. Se preparaba la fiesta anticipadamente y se lo hace todavía,
con la prohibición de trago, cuyes, gallinas, pavos y chanchos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario